5.4.10

LA SEÑORITA PRISA

Sale del metro y la ves verte. Se le nota. Pero no va a darse la vuelta, porque eso le restaría intensidad a la marcha. Perdería una decena de segundos en saludarte y deshacerse de esa situación antes de embocar las escaleras mecánicas y subirlas tan rápido como le den los cuadriceps. Tú ya no lo verás, pero saldrá de la estación y sin leventar la vista del piso seguirá avanzando hasta que llegue a donde tiene que llegar. Porque tiene que llegar. Antes que tú. Antes que nadie. Y se irá después de que todos se hayan ido. Y así se forjará una leyenda entre los suyos. La chica de pueblo que pasó de dar a probar queso tierno en un hiper a atender clientes por teléfono, a manejar las conciencias de esos clientes, a manejar a esos que atendían el teléfono con ella. Al infinito.

Porque no hay meta para el que corre, ni fin del camino. El divertimento es correr y correr, darse prisa y llegar a ninguna parte porque todo son etapas. Todo son estados, paradas, estaciones, escaleras. Recorridos que al final llevarán a donde la vida lleva a todo el mundo.

Pero ella no habrá visto nada, sólo habrá corrido. Habrá llegado antes, se habrá ido después. Se habrá labrado un nombre y no recogerá cosecha. Incluso sacrificará la cosecha que se le asume para poder seguir corriendo.

Pero tú esto no lo verás. Porque tú irás tranquilo, mirando. Dejando que sean otros los que corran y lleguen antes, se vayan más tarde. Que sean otros los que vean el infinito.

Que sean otros.